sexta-feira, 18 de dezembro de 2015

Las ‘superbacterias’ amenazan a Europa


La resistencia a los antibióticos “de último recurso” aumenta en el continente

Hace solo 70 años, contraer una infección común podía llevar a la tumba a cualquier persona joven y sana. Hacerse un corte o someterse a una sencilla operación quirúrgica era una lotería: si una bacteria entraba en la herida, esta podía acabar siendo mortal. Hasta que llegaron los antibióticos y cambiaron la historia de la medicina. Se aprecia en las gráficas que dibuja la mortalidad en lugares como Estados Unidos: a partir de los años cuarenta del siglo XX el número de fallecimientos cae en picado. Una revolución sin precedentes que ha salvado millones de vidas en el mundo.

ELENA G. SEVILLANO Bruselas 
ELPAIS

Pero el uso se ha convertido en abuso, y los antibióticos están perdiendo efectividad. No se trata de una predicción apocalíptica, de una amenaza lejana en el tiempo. Los expertos hablan de la era posantibióticos como de algo que está a la vuelta de la esquina y que hay que intentar evitar por todos los medios. En todo el mundo aumentan las infecciones causadas por microorganismos que resisten a distintos antibióticos, las llamadas bacterias multirresistentes o, coloquialmente, las superbacterias. Aumentan las infecciones, y aumentan las muertes.

Consumo de antibióticos en Europa
Solo en la Unión Europea se calcula que la resistencia antimicrobiana se cobra cada año 25.000 vidas. “Es dramático. Tenemos pacientes que es como si estuvieran en la época de antes de Fleming, porque carecemos de antibióticos con que tratarlos. Estamos perdiendo la carrera”, asegura Juan Pablo Horcajada, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) y jefe de servicio de Infecciosas del Hospital del Mar de Barcelona. ¿Por qué? “En parte porque no se producen nuevos antibióticos, pero también porque no usamos bien los que tenemos”.
El consumo se dispara
Si no se toman medidas inmediatamente, alertan los organismos de salud internacionales, el reloj de la medicina podría retroceder un siglo, de forma que una operación, un tratamiento de quimioterapia, una neumonía o una tuberculosis volverán a tener un enorme riesgo de muerte. El (mal) uso de los antibióticos explica, en parte, el aumento de las resistencias. Solo en la primera década del milenio el consumo global de antibióticos en humanos creció el 40%. En Europa el consumo también va al alza, según alerta el Centro Europeo para la prevención y control de enfermedades (ECDC, en sus siglas en inglés) en un informe hecho público hoy. Con enormes diferencias entre países: los griegos usan tres veces más antibióticos que los holandeses.
Los territorios con mayor consumo de antibióticos suelen ser también los que tienen mayor problema con las resistencias. En Europa son los países del sur y del este. Los últimos datos del ECDC muestran un “incremento significativo” de los porcentajes de infecciones por distintas bacterias que ya no responden a los antibióticos más comunes. Por ejemplo, la Klebsiella pneumoniae, un bacilo que causa infecciones del tracto urinario, o neumonías, entre otras, y que puede afectar a los recién nacidos.
Casi dos de cada diez de estas infecciones ya son resistentes a tres clases de antibióticos muy utilizados: las cefalosporinas de tercera generación, las fluoroquinolonas y los aminoglicósidos. “Esto significa que a los pacientes les quedan muy pocas opciones terapéuticas”, recuerda el ECDC. Hay tres países –Grecia, Rumania y Eslovaquia—donde más de la mitad de las infecciones ya no responden a estos fármacos.
Volver a antibióticos antiguos
La progresiva pérdida de eficacia de estos tratamientos ha llevado a recuperar antiguos antibióticos que dejaron de usarse hace décadas porque eran tóxicos y habían sido superados por otros más modernos. Horcajada relata que en muchos hospitales han tenido que recurrir a ellos para intentar salvar la vida de pacientes para los que no había otra opción. Sin embargo, estos viejos antibióticos no son tan eficaces ni tan seguros como los actuales. No solucionan el problema. Horcajada pone el ejemplo de un hombre de unos 50 años, intervenido de un cáncer, que en el posoperatorio enfermó de neumonía. A la espera de que llegaran los análisis, le dieron un antibiótico común, adecuado según las guías terapéuticas, pero que no era eficaz frente a la bacteria.
La infección se la estaba provocando una Pseudomona aeruginosa“extremadamente resistente”, recuerda el especialista en enfermedades infecciosas. Tuvieron que emplear colistina, un antibiótico descartado a finales de los sesenta porque provocaba insuficiencia renal. Al ser tan tóxico, tuvieron que disminuir la dosis, con lo que era menos eficaz y la infección progresaba. El paciente acabó muriendo por una infección multirresistente. “A las familias les cuesta entenderlo. Hasta ahora se creía que cualquier infección se cura como antiguamente, pero ahora las hay incurables”, asegura.
Mientras las técnicas ultrarrápidas de diagnóstico no estén implantadas en todos los hospitales, añade el experto, los médicos seguirán prescribiendo antibióticos sin saber si funcionan en las primeras horas, y contribuyendo al problema. “Es como un pez que se muerde la cola. Cada vez hay más resistencias, y se usan antibióticos de mayor espectro antes de tener análisis. La mayor utilización provoca que haya bacterias más resistentes”, explica Horcajada. Se necesitan “programas de optimización”: usar el antibiótico adecuado, en el momento, con el paciente, la dosis y la duración adecuadas. En España, añade, estos programas "están en fase de desarrollo e implementación" por parte de la Agencia Española del Medicamento (Aemps), en colaboración con la SEIMC.
El “último recurso” tampoco sirve
La mayor amenaza a la que se enfrenta Europa es la de las superbacterias resistentes a un grupo de antibióticos muy potentes llamados “de último recurso”, los carbapenémicos, según alerta el ECDC coincidiendo con el inicio de la primera semana mundial de sensibilización sobre los antibióticos. Se llaman enterobacterias productoras de carbapenemasas (CPE). Las carbapenemasas son unas enzimas que inactivan al que prácticamente es el último escalón terapéutico frente a los microorganismos multirresistentes.
“La mayor propagación de las CPE en Europa es una preocupación de primer orden en la Unión Europea, porque las opciones alternativas de tratamiento de los pacientes infectados son muy limitadas”, asegura Andrea Ammon, directora en funciones del ECDC. De “alarmante” la califica el informe de este organismo, que habla de cómo la situación en Europa ha empeorado notablemente en solo dos años. En 2013 seis países declararon que estas infecciones tenían distribución interregional (con casos por toda la geografía) o bien que ya eran endémicas. Este año ya son 13 los Estados (España incluida) en los que las CPE se registran en un gran número de hospitales.
Más muertes que el cáncer
De llegar a una era postantibióticos, es decir, si en los próximos años no se desarrollan nuevos antibióticos que sustituyan a los que están perdiendo su efectividad, en el año 2050 morirán 10 millones de personas al año en el mundo por infecciones bacterianas. Así lo asegura un informe encargado por el Gobierno británico que se publicó en diciembre pasado. Si se compara con otras causas de muerte se aprecia la dimensión del problema. El cáncer, por ejemplo, provoca 8,2 millones de fallecimientos. La diabetes, 1,5 millones. Actualmente se calcula que las muertes atribuibles en el mundo a la resistencia antimicrobiana son unas 700.000 anuales. Es decir, la mortalidad por esta causa se multiplicaría por 14.
El informe recuerda que al coste en vidas humanas se sumará el económico. Si las resistencias siguen creciendo, en 2050 menoscabarían el producto interior bruto mundial de entre un 2 y un 3,5%, es decir, unos 100 billones de dólares. Y las consecuencias de caer de nuevo en una “era oscura” de la medicina afectarían a muchísimas más personas que perderían calidad de vida. ¿Quién se arriesgaría a una operación sin profilaxis antibiótica si puede evitarlo? ¿Una operación de cadera, por ejemplo?
Es necesario actuar, y hacerlo ya, coinciden las autoridades sanitarias. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó el año pasado la advertencia más severa. “El mundo está abocado a una era posantibióticos en la que infecciones comunes volverán a ser potencialmente mortales”, aseguró uno de sus directivos el año pasado, cuando se presentó en Ginebra el primer atlas mundial sobre resistencia a los antibióticos. Con datos de 114 países, la OMS confirmó lo que los expertos llevaban años señalando: la amenaza es global y afecta a todas las regiones.
Alexander Fleming recibió en 1945 el premio Nobel por el descubrimiento de la penicilina. Y durante su discurso lanzó esta profecía: “Llegará un día en que la penicilina la pueda comprar cualquiera en las tiendas. Entonces existirá el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente tomar una dosis insuficiente y que al exponer sus microbios a cantidades no letales del fármaco los haga resistentes”. Siete décadas después, sus palabras resuenan en un mundo amenazado por las superbacterias.
Imagem: autor desconhecido


sábado, 12 de dezembro de 2015

¿Cómo enfrentarse a la adversidad?


El autor explica qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enfrentamos a un peligro, un recuerdo negativo o el temor a que algo malo ocurra en el futuro

ELPAIS

Las situaciones extremas de la vida nos muestran, como si fuera a través de una lente de aumento, el comportamiento de nuestro cerebro frente a escenarios en donde se pone en juego nuestra supervivencia física o nuestra integridad psicológica. En estos párrafos trataremos de entender qué sucede en nuestro cerebro frente a un peligro del presente, un recuerdo negativo del pasado o el temor a que algo malo ocurra en el futuro.
Desde el momento en que somos expuestos a una situación extrema se activa un sistema muy básico, rápido y firme modelado durante cientos de miles de años, para hacer frente a lo que está ocurriendo. Este primer paso de defensa de nuestro sistema biológico es la llamada “respuesta de estrés”. Cuando el cerebro detecta una amenaza, se activa una respuesta fisiológica coordinada que implica componentes autonómicos, neuroendocrinos, metabólicos y del sistema inmune. El organismo necesita un mayor flujo de oxígeno para sus músculos, especialmente los del sistema de locomoción (para emprender el escape si hace falta). Así, se acelera la respiración para proveer más oxígeno, y la frecuencia cardíaca para entregar rápidamente ese oxígeno a través del torrente sanguíneo a los músculos principales. Los vasos sanguíneos en la piel se constriñen para que haya el menor sangrado posible en el caso de una herida.
Cuando el cerebro detecta una amenaza, se activa una respuesta fisiológica coordinada que implica componentes autonómicos, neuroendocrinos, metabólicos y del sistema inmune
Para proporcionar el combustible suficiente para el esfuerzo, nuestras glándulas convierten los carbohidratos almacenados en las células en azúcar circulante en sangre. También mejora la respuesta inmune; los glóbulos blancos que combaten las infecciones se adhieren a las paredes de los vasos sanguíneos, preparados para zarpar raudamente hacia cualquier parte del cuerpo que pudiera lastimarse.
El sistema cognitivo humano, a su vez, ofrece una variante aún más sofisticada: la capacidad de figurar y anticipar las amenazas del futuro, e incluso imaginar eventualidades que nunca han ocurrido, y que acaso nunca ocurran. Esta capacidad notable de nuestra especie es fruto de la experiencia acumulada y de la capacidad de hipotetizar e inferir. El desarrollo del cerebro humano, y en particular de sus áreas prefrontales, expandió, entre otras, nuestras capacidades para revisar el pasado y examinar el futuro. Esta complejización cognitiva de la respuesta de estrés llevó al psicólogo estadounidense Richard Lazarus a postular la existencia de “mecanismos evaluativos” implicados en el proceso de respuesta frente al peligro porque no siempre es sencillo determinar cuándo estamos frente a una situación que requiere acciones de protección.
El primer paso de este proceso es la “evaluación primaria”, esto es, el establecimiento del valor de un estímulo como peligroso o inocuo. Las investigaciones en neurociencia han permitido establecer el rol de diferentes estructuras cerebrales en la detección y evaluación del peligro, en particular, la actividad crucial de la “amígdala”, que sería responsable de detectar, generar y mantener emociones relacionadas con el miedo y respondería a la importancia de los estímulos emocionales. La “evaluación secundaria”, por su parte, busca establecer la disponibilidad de recursos del organismo para afrontar la amenaza.
Ahora bien, cuando la amenaza se disipa, se ponen en marcha otros mecanismos para volver a la situación inicial de reposo: la desactivación de la respuesta de estrés. Si, por el contrario, la respuesta de estrés permanece sostenidamente encendida, tiene lugar el llamado “estrés crónico”. En esta circunstancia, los componentes de la respuesta que suponían una ventaja adaptativa y una reacción de defensa y autoprotección del organismo, dejan de serlo y se vuelven en su contra.
Se acelera la respiración para proveer más oxígeno, y la frecuencia cardíaca para entregar rápidamente ese oxígeno a través del torrente sanguíneo a los músculos principales
A nivel cognitivo, la respuesta aguda de estrés favorece el incremento del nivel de alerta y la formación de memorias, aunque en el largo plazo la producción elevada de cortisol provoca deterioro cognitivo. La respuesta inmune también se afecta negativamente frente al estrés crónico dejando al organismo más expuesto a los diversos patógenos.
Podemos especular que existen factores ambientales, factores individuales –biológicos y psicólogicos– y también factores socioculturales que pueden llevar a que la respuesta de estrés no ceda y se realimente de forma continua, o, peor aún, en forma de espiral. Entre los factores externos socioculturales se suele aludir al estilo de vida moderno y urbano. Por ejemplo, hoy podemos tener al instante la información de lo que ocurre en cualquier parte del mundo. Este hecho tecnológico que confiere ventajas evidentes en ciertos terrenos, puede volverse una desventaja en lo que se refiere a la propagación de temores y la circulación de malas noticias.
Por su parte, en lo que se refiere a los factores biológicos y psicológicos, es necesario revisar la conexión existente entre el estrés y los trastornos de ansiedad, por un lado, y la depresión, por el otro. Para entender la ansiedad, podemos compararla con un radar, es decir, un dispositivo que rastrea nuestro ambiente en estado de alerta y nos avisa que una amenaza se aproxima. Pero la ansiedad es mucho más que un radar: es también un cuaderno de bitácora donde registramos las experiencias peligrosas vividas, y un mapa que nos guía, como un GPS, hacia territorios seguros. Sin embargo, cuando la ansiedad excede los niveles normales puede generar “falsas alarmas” que sobreactivan la respuesta de estrés y provocan estados de preocupación intensos y síntomas físicos diversos.
La depresión, por su parte, puede ser entendida en ciertos casos como una reacción biológica y psicológica en la cual nuestro organismo se rinde ante la adversidad, reduce sus intentos de solución, por considerarlos infructuosos, y se entrega a la desesperanza. En la depresión, así como en la ansiedad, nuestro pensamiento se vuelve propenso a los “sesgos cognitivos”, esto es, seleccionamos y priorizamos ciertos datos en desmedro de otros. En el caso de la depresión, la información negativa, y en el caso de la ansiedad, la información relacionada con el peligro. Luego, ciertos razonamientos distorsionados generalizan o amplifican el peso de esta información y provocan un espiral de realimentación de las emociones negativas.
Resulta central reflexionar también sobre el rol clave del otro (el prójimo, el ser amado, la comunidad) frente al desasosiego. Cuando cobija, cuando contiene, cuando acompaña
Afortunadamente, nuestro cerebro cuenta con diversas herramientas que pueden protegernos de estas complicaciones. La “resiliencia” es el conjunto de factores y mecanismos que nos permiten superar adaptativamente las situaciones de adversidad. En este sentido, dos mecanismos altamente eficientes para atenuar de forma progresiva la respuesta de estrés son la “habituación” y la “extinción”. El primero es la propiedad general de nuestras células nerviosas que consiste en la acomodación al entorno y un principio de economía, para evitar respuestas ociosas. Son innumerables los ejemplos, desde cuando entramos a una pileta fría y de a poco vamos acostumbrándonos, hasta cuando nos exponemos de forma repetida a un estímulo que nos asusta o tensiona, ayudando a que la respuesta intensa inicial disminuya hasta volverse tolerable. Este es el principio que rige los tratamientos por exposición, altamente eficaces en la ansiedad.
El proceso de “extinción” sucede cuando nos exponemos a un estímulo temido y comprobamos una y otra vez que las consecuencias negativas que esperábamos no ocurren tal cómo anticipamos, y se atenúa la respuesta de estrés. Otro de los procesos de regulación de las emociones, de naturaleza cognitiva, es la “re-evaluación”, que consiste en modificar el significado funcional atribuido a la situación que gatilla el estrés. Es “cambiar la manera en que sentimos al cambiar la manera en que pensamos”.
Algunas personas que experimentaron traumas súbitos o han sufrido situaciones de abandono o maltrato emocional sostenido en momentos tempranos de sus vidas pueden llegar a sufrir en forma prolongada por dichas vivencias. Dolencias psiquiátricas como el trastorno de estrés post-traumático tienen que ver con esas experiencias y con el modo en que nuestra memoria alberga los recuerdos emocionales. El trabajo de neurocientíficos como Joseph LeDoux es relevante para entender las afecciones emocionales y su tratamiento porque explica la consolidación de las memorias. Al comienzo, cuando uno experimenta algo, el recuerdo es inestable hasta que se estabiliza por la síntesis de proteínas en el cerebro. Una vez almacenado el recuerdo, la exposición a un estímulo que le recuerda aquel evento, va a reactivarlo y a hacerlo inestable nuevamente por un período corto de tiempo, para volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente en un proceso llamado reconsolidación de la memoria.
Cuando la ansiedad excede los niveles normales puede generar “falsas alarmas” que sobreactivan la respuesta de estrés y provocan estados de preocupación intensos y síntomas físicos diversos
Ahora bien, cada vez que recuperamos una memoria de un hecho, al volverse otra vez inestable, permite la incorporación de nueva información. Ese momento es una ventana para cambiar las reacciones emocionales que acompañan un recuerdo. Un paciente que sufre un trastorno de estrés postraumático evoca con ayuda de un terapeuta experto y en un contexto seguro, los recuerdos de la situación vivida, para atenuar progresivamente las reacciones emocionales intensas que acompañan el recuerdo.
Por último, resulta central reflexionar también sobre el rol clave del otro (el prójimo, el ser amado, la comunidad) frente al desasosiego. Cuando cobija, cuando contiene, cuando acompaña. Como en el diálogo entre los dos en El beso de la mujer araña, la famosa obra del autor argentino Manuel Puig: “… y mientras esté a mi alcance, por lo menos en este día, … no te voy a dejar pensar en cosas tristes.”
Facundo Manes es neurólogo y neurocientífico (PhD in Sciences, Cambridge University). Es presidente de la World Federation of Neurology Research Group on Aphasia, Dementia and Cognitive Disorders y Profesor de Neurología y Neurociencias Cognitivas en la Universidad Favaloro (Argentina), University of California, San Francisco, University of South Carolina (USA), Macquarie University (Australia). @manesf


quarta-feira, 9 de dezembro de 2015

ENVEJECIMIENTO. Últimas noticias desde el frente científico contra la muerte



En el último siglo y medio se ha multiplicado la esperanza de vida pero gran parte de los procesos de envejecimiento siguen siendo un misterio para la ciencia
La restricción calórica es el único método demostrado para prolongar la existencia, aunque no en humanos

ISMAEL NIETO
ELPAIS

En solo cuatro generaciones, los humanos han visto crecer su esperanza de vida más que en las decenas de miles de años transcurridos desde la aparición de la especie. La ciencia, que permitió conocer la existencia de microorganismos que nos matan y ayudó a crear armas con las que combatirlos, está detrás de buena parte de esa prolongación de la existencia, pero el proceso que nos hace envejecer continúa siendo uno de los grandes misterios de la biología. Además, aunque la medicina ha logrado gestionar los efectos del paso del tiempo sobre la salud para mantenernos con vida y relativamente sanos más tiempo, seguimos envejeciendo como siempre.
En su último número, la revista Science ha publicado una serie especial de artículos en los que algunos de los principales investigadores del mundo en áreas relacionadas con el envejecimiento hablan sobre los últimos avances en la comprensión de su naturaleza y en la lucha por prolongar la vida.
Un pariente de las medusas puede permanecer durante años sin envejecer
Como se recuerda en el especial, la única intervención que se ha mostrado eficaz para extender la vida en animales sin emplear ingeniería genética es la restricción calórica sin malnutrición. “Aunque su efectividad no es universal, una gran parte de los estudios han documentado incrementos en la duración de la vida y la duración de la salud cuando se aplica restricción calórica en modelos de laboratorio, incluidos primates no humanos”, apuntan en uno de los artículos publicados en Science. Algunos estudios han mostrado beneficios para la salud en humanos que comen poco, aunque su alcance es limitado.
Un gran número de estudios han mostrado también que el ejercicio prolonga el tiempo de vida saludable. Sin embargo, los autores consideran que la dificultad para lograr que la población adopte este tipo de hábitos, igual que sucede con la restricción calórica, hace interesante el desarrollo de fármacos que produzcan efectos beneficiosos similares, en particular para personas mayores.
Un experimento involuntario que ha mostrado los efectos de la restricción calórica y el ejercicio sobre la población tuvo lugar en Cuba en los 90, tras la caída de la Unión Soviética. Entonces, la crisis desencadenada en la isla hizo que de un consumo de 3.000 calorías diarias por persona, los cubanos pasaran a ingerir unas 2.200 y, contra su voluntad, se vieron obligados a caminar más o utilizar la bicicleta como sustituto de los vehículos propulsados por combustibles que no se podían permitir. Además de una pérdida media de cinco kilos de peso, aquellas penurias hicieron mejorar la salud de los cubanos.
Un medicamento contra los rechazos en trasplantes incrementó la esperanza de vida de ratones un 38%
Otro de los campos de estudio de interés para combatir el envejecimiento son las células madre. La Hydra vulgaris es un minúsculo pariente de las medusas cuyas células madre no pierden su capacidad para renovarse. Los experimentos de laboratorio han mostrado que puede vivir durante más de cuatro años sin mostrar signo alguno de envejecimiento. El estudio de estos animales sugiere, por ejemplo, que el gen FoxO, relacionado con la tolerancia a la oxidación, y que también influye en la longevidad de las moscas Drosophila o de los gusanos C. elegans, puede ser uno de los culpables de la capacidad de H. vulgaris para seguir renovándose sin aparentes signos de desgaste.
Aunque no se sabe cómo puede aprovecharse este conocimiento para aplicárselo a los humanos, el estudio de las células madre es fundamental para comprender las bases del envejecimiento. Estas células mantienen sanos los tejidos de los seres vivos durante los años de mayor fertilidad, pero después pierden esa capacidad. Según explica Margaret Goodell, de la Escuela de Medicina Baylor, en Houston (EEUU), algunos estudios, como el que mostró que la inyección de plasma de ratones jóvenes en otros ancianos hacía que sus células rejuveneciesen, indica “al menos algunos aspectos del envejecimiento celular pueden ser reversibles, quizá a través de la reprogramación del epigenoma”. En este sentido, Goodell menciona que tratamientos como la rapamicina, que han logrado prolongar la vida de ratones de laboratorio en un 38%, pueden lograr su efecto mejorando el funcionamiento de las células madre en individuos mayores.
Investigadores como Goodell están tratando de comprender cómo las mutaciones genéticas, los cambios epigenéticos, o el entorno en el que se encuentran las células madre influye en su pérdida de efectividad con el paso del tiempo. Entender el papel que desempeña cada uno de estos factores servirá para diseñar estrategias con las que prolongar la vida de las células madre, como sucede cuando la sangre de ratón joven cambia el entorno de las células madre del ratón viejo.
Algunos factores del envejecimiento, como la longitud de los telómeros, tienen más interés en combinación con otros factores
En el especial de Science también aparecen los telómeros. Investigadores como Elizabeth Blackburn, que recibió el Nobel de Medicina por su descubrimiento, fueron pioneros en el estudio de estos mecanismos de protección del ADN situados en los extremos de los cromosomas. Según observaron entonces, los telómeros tenían que mantener una cierta longitud para que las células se puedan seguir dividiendo. Además, vieron que una enzima, la telomerasa, cumplía una función reparadora de los telómeros.
Siempre ha existido la esperanza de que este descubrimiento sería clave para comprender algunos de los mecanismos fundamentales del envejecimiento e incluso que diese ideas sobre cómo retrasarlo.
Con el tiempo, sin embargo, ha sido complicado utilizar el estudio de los telómeros con objetivos prácticos. Aunque hay empresas que venden productos que prometen dar a conocer la edad biológica a partir de la medición de los telómeros, la gran variedad de longitudes de los telómeros en personas de la misma edad o el incremento del riesgo de cáncer que puede compensar sus efectos beneficiosos hace que conocer su longitud sea una información poco práctica.
El valor del estudio de los telómeros llegará, según expone Blackburn en uno de los artículos de Science, en combinación con otros factores. “Una menor longitud media de los telómeros medidos en el momento del diagnóstico de cáncer de vejiga no se asociaba significativamente con la mortalidad futura”, explica la científica australiana. Sin embargo, “cuando se combina con un diagnóstico de depresión, la supervivencia media se reducía de 200 meses a 31”, añade. Después de advertir contra tratamientos sin regular para incrementar la actividad de la telomerasa que también podrían aumentar el riesgo de cáncer, Blackburn concluye que la biología de los telómeros se debe contemplar en un contexto junto a otros factores.
La única intervención que se ha mostrado eficaz para extender la vida en animales es la restricción calórica sin malnutrición
Aunque por el momento el conocimiento sobre la biología básica del envejecimiento es reducido, ya se han comenzado a probar en animales posibles tratamientos para alargar la esperanza de vida. La mencionada rapamicina, un fármaco empleado para evitar el rechazo tras trasplantes de órganos, logra revertir el deterioro cardiaco y mejorar el sistema inmune incluso cuando se comienza a aplicar en la edad adulta. Otro medicamento con potencial para prolongar la vida es la metformina, utilizada para tratar la diabetes.
Un enfoque diferente, que también se menciona en la serie deScience, es el de dirigirse a hormonas cuya expresión sufre cambios importantes durante el envejecimiento, como los esteroides sexuales o la hormona del crecimiento. No obstante, es un terreno en el que los riesgos y los beneficios aún no están bien definidos. En esta misma línea iría la transfusión de plasma joven para ralentizar enfermedades como el alzhéimer.
Pese a que los investigadores que trabajan en este campo reconocen lo mucho que se desconoce sobre la biología básica del envejecimiento, afirman también que los trabajos con modelos animales dejan abierta la puerta a pensar que no existen barreras a seguir ampliando la esperanza de vida.