Si actúas con
miedo puedes cometer un error y un error aquí puede ser la muerte'
ALBERTO
ROJAS Hospital Donka (Conakry)
ELMUNDO.ES
Amadou aún no lo sabe, pero está a punto
de convertirse en un dato de la Wikipedia. En pocos días escribiremos 'ébola'
en Google y aparecerá en ese 40% que se cura o en aquel 60% que se
disuelve en la noche de las estadísticas. Su sonrisa de adolescente
oposita a la salvación. Está en ese momento en el que parece que va a
recuperarse. "No hay que fiarse de ese buen aspecto. En dos horas
puede estar muerto", dice uno de los médicos. Junto a él pelean
contra este leviatán microscópico decenas de pacientes. Algunos saben que tienen
ébola y otros no. Hay quién prefiere no saberlo. Si los
enfermos se enteran de que no tiene tratamiento, tal vez dejen de luchar. Todos
poseen un teléfono móvil junto a la cama con el que debe llamar al
médico si empeoran, un cubo para los vómitos y una pequeña radio que nunca
saldrá de allí porque ya está impregnada de ébola.
A un kilómetro del lugar en el que los
negreros estabulaban a los esclavos para llevarlos a trabajar a los algodonales
del nuevo mundo se alza el decrépito Hospital Donka , un
descascarillado edificio de la época colonial donde Médicos Sin Fronteras ha
montado una suerte de Guantánamo del ébola, pero sin torturas ni
torretas. Se trata de la llamada zona de exclusión, la trinchera de
vida en la que esta ONG combate, casi en soledad, para detener el peor
brote de la historia, que avanza con más de 2.200 muertos
reconocidos en cuatro países de África del oeste. Su esfuerzo es
incansable en comparación con la gran mayoría de ONG, que en esta emergencia se
han puesto de perfil.
Evitar el contagio
Curiosamente este lugar, a pesar de
estar lleno de enfermos de ébola, parece el lugar más seguro de la ciudad para
evitar el contagio. Limpieza obsesiva, orden estricto,
protocolos irrenunciables de seguridad, ni una sola improvisación. Es la
parte de Guinea
Conakry que mejor funciona. Trabajan como si les fuera la vida en ello,
porque les va la vida en ello.
En una implacable rotación continua (se
usan 80 trajes de guerra biológica cada día) médicos,
enfermeros, higienistas y psicólogos recorren esta zona cero de Conakry
que está al límite de sus capacidades, como el personal que lo
atiende.
'No quiero que nadie sepa que trabajo
aquí', afirma una trabajadora del centro sanitario
La guerra contra el virus exige
toneladas de material sanitario desechable y un ejército bien adiestrado contra
él. Da igual que algunos tengan más sueño que un jugador de póker. En
esta guerra cualquier baja es letal, porque destruye la moral
y aleja a los voluntarios. Perder más gente no es una opción.
En esta ciudad del ébola, el
nuevo valle de los leprosos de Jerusalén, hay una actividad frenética.
En una tienda se forma a los enterradores de Cruz Roja. En otra tres enfermeros
se descontaminan con una ducha de cloro. En otra se planifica la ampliación del
centro, que ya se ha quedado pequeño. Y en otra Stefan, el
responsable, reúne a su gente para contarles las novedades en Sierra Leona y
Liberia. "Si seguimos así, aquí podremos controlar el brote en
unos meses. Con Liberia y Sierra Leona soy más pesimista. Me
temo lo peor".
La zona de exclusión
Mientras, en el interior de la zona de
exclusión, soportando un calor que duele con su traje de 12 piezas, el
doctor Pacience, de origen congoleño, como el primer brote de la
Historia de esta enfermedad, mide la fiebre de cada uno de los enfermos
y pone transfusiones a aquellos que se van dejando la vida en cada hemorragia. No
podrá permanecer más de 40 minutos en la visita porque puede deshidratarse
dentro de esos plásticos.
Todos pierden al menos dos kilos de líquido cada vez
que entran.
Y a veces lo hacen dos y tres veces al día. Bajo esta humedad tropical
las gafas se empañan, los sentidos se embotan, sólo se escucha el sonido
de la respiración propia y resulta tan agónico que uno desea quitárselo nada
más salir.
Los objetos que se usan dentro (bolígrafo y
libreta para apuntar la temperatura, por ejemplo) ya no pueden salir al
exterior. Deben ser incinerados. "El pánico es muy mal
compañero. Hay que mantenerlo a raya. Si actúas con miedo puedes
cometer un error y un error aquí puede ser la muerte", dice
Pacience. Esta vestimenta requiere un ritual de 10 a 15 minutos, prenda por
prenda, con un lavado de manos entre cada una. Así te aseguras de que no te has
contaminado con los fluidos venenosos adheridos a las botas, a las gafas o a
los guantes.
'Si actúas con miedo puedes cometer un
error y un error aquí puede ser la muerte'
El mantra más repetido por el equipo es
"relax". Todo ese material se mantiene durante horas en un
baño de cloro y luego se lava a mano con estropajo y jabón en otra
zona. "No quiero que nadie sepa que trabajo aquí. Mi familia y mis amigos
dejarían de relacionarse conmigo", afirma uno de los higienistas cuando se
le pregunta su nombre.
Lo que aterra del ébola es que acaba con
lo que nos hace humanos, con todas las caricias, besos y apretones de manos. El
guineano, que no entiende de fronteras físicas, acabará convirtiéndose en un
japonés que saluda agachando la cabeza. Toda la ciudad está llena de
carteles avisando de qué hacer en caso de tener los síntomas de la enfermedad.
En la radio la palabra 'ébola' es la más escuchada y en televisión aparece las
24 horas un mensaje de alerta en la parte inferior de la pantalla.
El Gobierno, ante su fracaso para
contener el virus, va a cambiar la estrategia: sólo dos grandes
hospitales para meter a los enfermos, pero toda una red de ambulancias
y pequeños centros de salud con capacidad para hacer la prueba y enviar a los
pacientes. Y cada día, mantener una comunicación con todos los posibles
infectados y los que han estado en contacto con ellos.
En Conakry todos los días toman
la temperatura a 500 personas. En Guekedou, a 800. Y siempre hay
contagiados que se les escapan, por eso el virus sigue fuera de control.
Los esfuerzos occidentales por proteger
sus propias fronteras han desenfocado el problema: el ébola no es un
desafío local, es una enfermedad global que hay que combatir en las calles
de África del Oeste, no en la garita fronteriza de Melilla cuando ya hayan
muerto decenas de miles de personas. Y ese es el escenario actual, el de una
respuesta mortalmente inadecuada, donde Médicos Sin Fronteras
lucha sin ayudas en nuevos valles de leprosos como este.
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