terça-feira, 16 de setembro de 2014

Con los parias del ébola






Si actúas con miedo puedes cometer un error y un error aquí puede ser la muerte'

ALBERTO ROJAS Hospital Donka (Conakry)
ELMUNDO.ES

Amadou aún no lo sabe, pero está a punto de convertirse en un dato de la Wikipedia. En pocos días escribiremos 'ébola' en Google y aparecerá en ese 40% que se cura o en aquel 60% que se disuelve en la noche de las estadísticas. Su sonrisa de adolescente oposita a la salvación. Está en ese momento en el que parece que va a recuperarse. "No hay que fiarse de ese buen aspecto. En dos horas puede estar muerto", dice uno de los médicos. Junto a él pelean contra este leviatán microscópico decenas de pacientes. Algunos saben que tienen ébola y otros no. Hay quién prefiere no saberlo. Si los enfermos se enteran de que no tiene tratamiento, tal vez dejen de luchar. Todos poseen un teléfono móvil junto a la cama con el que debe llamar al médico si empeoran, un cubo para los vómitos y una pequeña radio que nunca saldrá de allí porque ya está impregnada de ébola.
A un kilómetro del lugar en el que los negreros estabulaban a los esclavos para llevarlos a trabajar a los algodonales del nuevo mundo se alza el decrépito Hospital Donka , un descascarillado edificio de la época colonial donde Médicos Sin Fronteras ha montado una suerte de Guantánamo del ébola, pero sin torturas ni torretas. Se trata de la llamada zona de exclusión, la trinchera de vida en la que esta ONG combate, casi en soledad, para detener el peor brote de la historia, que avanza con más de 2.200 muertos reconocidos en cuatro países de África del oeste. Su esfuerzo es incansable en comparación con la gran mayoría de ONG, que en esta emergencia se han puesto de perfil.
Evitar el contagio
Curiosamente este lugar, a pesar de estar lleno de enfermos de ébola, parece el lugar más seguro de la ciudad para evitar el contagio. Limpieza obsesiva, orden estricto, protocolos irrenunciables de seguridad, ni una sola improvisación. Es la parte de Guinea Conakry que mejor funciona. Trabajan como si les fuera la vida en ello, porque les va la vida en ello.
En una implacable rotación continua (se usan 80 trajes de guerra biológica cada día) médicos, enfermeros, higienistas y psicólogos recorren esta zona cero de Conakry que está al límite de sus capacidades, como el personal que lo atiende.
'No quiero que nadie sepa que trabajo aquí', afirma una trabajadora del centro sanitario
La guerra contra el virus exige toneladas de material sanitario desechable y un ejército bien adiestrado contra él. Da igual que algunos tengan más sueño que un jugador de póker. En esta guerra cualquier baja es letal, porque destruye la moral y aleja a los voluntarios. Perder más gente no es una opción.
En esta ciudad del ébola, el nuevo valle de los leprosos de Jerusalén, hay una actividad frenética. En una tienda se forma a los enterradores de Cruz Roja. En otra tres enfermeros se descontaminan con una ducha de cloro. En otra se planifica la ampliación del centro, que ya se ha quedado pequeño. Y en otra Stefan, el responsable, reúne a su gente para contarles las novedades en Sierra Leona y Liberia. "Si seguimos así, aquí podremos controlar el brote en unos meses. Con Liberia y Sierra Leona soy más pesimista. Me temo lo peor".
La zona de exclusión
Mientras, en el interior de la zona de exclusión, soportando un calor que duele con su traje de 12 piezas, el doctor Pacience, de origen congoleño, como el primer brote de la Historia de esta enfermedad, mide la fiebre de cada uno de los enfermos y pone transfusiones a aquellos que se van dejando la vida en cada hemorragia. No podrá permanecer más de 40 minutos en la visita porque puede deshidratarse dentro de esos plásticos.
Todos pierden al menos dos kilos de líquido cada vez que entran. Y a veces lo hacen dos y tres veces al día. Bajo esta humedad tropical las gafas se empañan, los sentidos se embotan, sólo se escucha el sonido de la respiración propia y resulta tan agónico que uno desea quitárselo nada más salir.
Los objetos que se usan dentro (bolígrafo y libreta para apuntar la temperatura, por ejemplo) ya no pueden salir al exterior. Deben ser incinerados. "El pánico es muy mal compañero. Hay que mantenerlo a raya. Si actúas con miedo puedes cometer un error y un error aquí puede ser la muerte", dice Pacience. Esta vestimenta requiere un ritual de 10 a 15 minutos, prenda por prenda, con un lavado de manos entre cada una. Así te aseguras de que no te has contaminado con los fluidos venenosos adheridos a las botas, a las gafas o a los guantes.
'Si actúas con miedo puedes cometer un error y un error aquí puede ser la muerte'
El mantra más repetido por el equipo es "relax". Todo ese material se mantiene durante horas en un baño de cloro y luego se lava a mano con estropajo y jabón en otra zona. "No quiero que nadie sepa que trabajo aquí. Mi familia y mis amigos dejarían de relacionarse conmigo", afirma uno de los higienistas cuando se le pregunta su nombre.
Lo que aterra del ébola es que acaba con lo que nos hace humanos, con todas las caricias, besos y apretones de manos. El guineano, que no entiende de fronteras físicas, acabará convirtiéndose en un japonés que saluda agachando la cabeza. Toda la ciudad está llena de carteles avisando de qué hacer en caso de tener los síntomas de la enfermedad. En la radio la palabra 'ébola' es la más escuchada y en televisión aparece las 24 horas un mensaje de alerta en la parte inferior de la pantalla.
El Gobierno, ante su fracaso para contener el virus, va a cambiar la estrategia: sólo dos grandes hospitales para meter a los enfermos, pero toda una red de ambulancias y pequeños centros de salud con capacidad para hacer la prueba y enviar a los pacientes. Y cada día, mantener una comunicación con todos los posibles infectados y los que han estado en contacto con ellos.
En Conakry todos los días toman la temperatura a 500 personas. En Guekedou, a 800. Y siempre hay contagiados que se les escapan, por eso el virus sigue fuera de control.
Los esfuerzos occidentales por proteger sus propias fronteras han desenfocado el problema: el ébola no es un desafío local, es una enfermedad global que hay que combatir en las calles de África del Oeste, no en la garita fronteriza de Melilla cuando ya hayan muerto decenas de miles de personas. Y ese es el escenario actual, el de una respuesta mortalmente inadecuada, donde Médicos Sin Fronteras lucha sin ayudas en nuevos valles de leprosos como este.

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