El 40% de los
pacientes logra superar la enfermedad, pero sufren la estigmatización
ALBERTO
ROJAS Enviado especial Comuna de Ratoma (Conakry)
ELMUNDO.ES
No supo que tenía el virus hasta que se
libró de él. "Mejor así. De haber sabido que tenía el ébola
me hubiera rendido, porque aquí todos pensábamos que cuando alguien te contagia
esta enfermedad te mueres seguro". Fanta, una de las primeras infectadas
de este brote, a primeros de marzo, ahora ya sabe que ella forma parte de ese 40%
que supera esta enfermedad y asegura que ha vuelto a nacer, pero no se
siente cómoda en su piel. Esta segunda vida de regalo tiene una existencia
oscura: "Nadie me quiere junto a él. Afirman que estoy maldita, que puedo
contagiarlos a todos y no se fían de que me haya curado. Es como si fuera
intocable. Me han echado de la aldea".
Como no sabía dónde ir, Fanta decidió
volver al único sitio donde nadie la estigmatizaría por haber
tenido ébola: el hospital Donka, en el que viven y mueren el resto de
infectados. ¿Cómo van a despreciarla aquellos que están pasando por lo mismo
que pasó ella? "Yo era profesora en un colegio. Cuando el director se
enteró me llamó y me dijo que no me atreviera a volver por allí. No volver a
dar clase a los niños puedo entenderlo, pero no la violencia con la que me lo
dijo".
Los responsables de Médicos Sin Fronteras vieron pronto su
potencial para motivar al resto de pacientes, ya que ella había superado el
virus. Además, su cuerpo ha generado los anticuerpos necesarios para quedar
blindada ante otro contagio. Es imposible que vuelva a enfermar de ébola. Es
una "inmortal", como dicen ellos, alguien a quien el demonio del
virus ya no puede tocar: "Me ofrecieron trabajar ayudando al resto de
pacientes junto a mi hermano Ibrahim, que también se curó. Dije que sí
inmediatamente".
Reclutados para ayudar
Hoy Fanta e Ibrahim forman parte de ese
grupo de médicos, enfermeros, higienistas y psicólogos que penetra a diario en
la zona de exclusión de pacientes. Aunque no pueden volver a
contagiarse, tienen que llevar el traje igual que el resto para no penetrar en
el recinto con otra enfermedad común que pueda empeorar el estado de los
pacientes de ébola. Para un enfermo pillar una gripe puede suponer un final
anticipado.
Su ejemplo ha llevado a MSF, una de las
pocas organizaciones médicas que combaten a este leviatán microscópico sobre el
terreno, a intentar reclutar a todos y cada uno de los que se han ido curando.
Por eso, mientras Fanta anima dentro de la zona de exclusión a varios enfermos
que se encuentran en algún lugar entre la vida y la muerte, Louise
Annaud, una trabajadora de MSF, trata de reclutar a 16 supervivientes
del brote
de Conacry explicándoles que su ayuda es imprescindible para detener la
expansión del virus, ya que ellos conocen mejor que nadie a lo que se
enfrentan. Y todos han dicho que sí. Pierre, un estudiante universitario que
siente que nunca acabará su carrera de Derecho, a segura que se siente
"comprometido a luchar por la patria en estos momentos importantes".
"Todos nosotros hemos sufrido un enorme 'shock' y colaborar con otros
pacientes es la mejor manera de superarlo".
Entre ellos está Valerie, una pequeña
guineana que se impuso a las fiebres. Ya en su paupérrima casa de la comuna
de Ratoma, uno de los barrios más pobres de la ciudad, reconoce que su
vida "ha cambiado por completo". "Los niños de la familia no van
al colegio porque no los aceptan. No podemos salir a comprar porque nos evitan.
Se acabó la relación con nuestros vecinos. Ya nadie viene aquí", dice.
Devastación física y mental
El psicólogo que trató a Valerie, el
doctor Keita Mamady, cuyo sueldo tiene que complementar la
organización Save
the Children para que no alcance cifras de miseria, afirma que la mayoría
de los supervivientes sufre una fuerte depresión al recibir el alta. "La
mayoría de los que sobreviven a la enfermedad salen física y mentalmente
devastados, y luego cuando abandonan el centro la estigmatización
agrava esa sensación de soledad". Casi ningún familiar viene a
verles en un triple desprecio: en en parentesco más directo, en el trabajo y en
la comunidad. Si tenían un empleo, los supervivientes se quedan en paro. Es una
especia de prórroga envenenada con la que ellos no contaban. No es casual: el
80% de la población guineana es analfabeta.
El Gobierno de Guinea también les ha
pedido a todos su colaboración para ir a la radio nacional y a la televisión a
que cuenten su caso y poder así convencer a la población de que el ébola es
algo real, y no una maniobra política como muchos creen. En
esa reunión los 16 al unísono contestan al enviado del Ministerio de Salud que
acudirán a la radio las horas que haga falta, pero que se olviden de dar la
cara ante las cámaras.
Fanta insiste a todos los pacientes que
lo importante es que no dejen de comer aunque luego vomiten toda la comida después.
"Al menos te mantiene con un hilo de vida. Y luego están las transfusiones.
Yo no se cuantos litros me metieron en el cuerpo. Ahora les miro y me veo
reflejada en ellos. ¿Cómo pude soportar tanto dolor?".
Imagem: Fanta,
superviviente del ébola estigmatizada en su barrio y reclutada por MSF en
Conakry. ALBERTO ROJAS
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