ALBERTO
ROJAS Enviado especial Cementerio de Conakry
ELMUNDO.ES
"Si quieres unirte a nosotros ponte
nuestro traje y obedécenos en todo. No toques nada ahí dentro, no te
pongas nervioso y todo irá bien". Con esa naturalidad Sheik, el
jefe del equipo, despacha la cuestión de si es conveniente que un periodista
acompañe o no a los cinco sepultureros de la Cruz Roja guineana.
Tampoco tienen tiempo para dar muchas más explicaciones porque hay trabajo que
hacer: tres muertos por ébola que hay que enterrar cuanto antes.
Los cadáveres son la mayor fuente de
contagio de la enfermedad porque el cuerpo del muerto tiene una alta
concentración de virus. No es una misión sencilla ni bien pagada. Uno
de los sectores que más fallecidos ha sufrido por la epidemia ha sido el
funerario.
Estos sepultureros no son
enterradores en realidad, sino carpinteros, taxistas o
estudiantes de cine, como Sheik. Ganarán siete euros de prima por
ofrecerse voluntarios, pero tienen mucho que perder.
Los cadáveres son la mayor fuente de
contagio del ébola porque el cuerpo del muerto tiene una alta concentración de
virus
Los cantares de gesta del eurocentrismo
dicen que los blancos combaten aquí contra la enfermedad para que no mueran
miles de personas en África del Oeste. Es falso. Salvo un puñado de
miembros de MSF hay muy pocos expatriados sobre el terreno. Son negros
los que luchan y negros los que mueren.
"Aquí
tienes tu traje de protección", dice, y entrega una bolsa de plástico con
lo que ellos llaman "la combinación", que incluye 12 prendas
desechables (Dos tipos de guantes, máscara, gafas, traje completo, bolsas
cubrecalzado, buzo impermeable, delantal de plástico...).
"Mira a los
demás cómo se lo ponen e imítales". El objetivo es plastificarse y no
dejar ninguna parte del cuerpo accesible al virus desde el exterior.
Vestidos para la
guerra química entramos en el recinto que Médicos Sin Fronteras tiene
habilitado para los enfermos de ébola.
El primer hombre
del equipo, el propio Sheik, lleva un depósito de cloro a la espalda con un
pequeño difusor para ir limpiando de virus el suelo donde pisamos. Algún
enfermo ha ido dejando unas pequeñas amapolas sanguinolentas en esta parte del
centro. Esta fiebre hemorrágica provoca vómitos y diarrea con sangre, y todo
este recinto está contaminado de fluidos víricos.
En pocos
segundos las gafas ya están empañadas, lo que dificulta la visión y el
movimiento. Todo el cuerpo aislado del exterior transpira sin parar. Hablan
entre ellos pero apenas se escuchan, porque la propia respiración es lo único
que se oye dentro. Así que a veces tienen que recurrir a los gestos.
Una zona muy
contaminada
Hay una tienda
grande donde reposan dos cadáveres en sudarios de plástico blanco preparados
por el personal de MSF. Las bolsas son herméticas, por eso no se percibe olor a
muerto. Sheik pasa el aspersor de cloro por toda la morgue antes de que los
demás entremos.
"Es una
fase delicada", dirá después. "Esa zona está muy contaminada y es
peligroso salir de aquí impregnado de fluidos". Sus compañeros Camara y
Mamady toman uno de los cuerpos, lo depositan en la camilla y lo sacan hacia la
'pick up' que espera fuera. Y lo mismo hacen con el otro muerto.
Desde la 'ciudad
del ébola', comienzan a asomarse los enfermos que pueden caminar
Los cargan en el
coche mientras que, en el interior de la 'ciudad del ébola' comienzan a
asomarse los enfermos que pueden caminar, aquellos que o se están recuperando o
no se encuentran en la fase terminal de la enfermedad. Son tres hombres y una
mujer que nos han oído sacar los cadáveres. Se quedan a cierta distancia de
nosotros y nos saludan con la mano.
Quitarse el
traje de protección representa un momento delicado. Hay que desprenderse de
cada una de las prendas lavándose las manos con cloro cada vez, y siempre
tirando de ella desde el interior, sin tocar la parte externa, que es la que se
encuentra sometida a la contaminación. En total el ritual se demora entre 10 y
15 minutos para cada uno de los miembros del equipo. Todo el material que se ha
usado dentro de la zona de exclusión se deposita en bolsas para ser incinerado.
No pueden verse
sus caras, pero los dos muertos que viajan con nosotros en el coche camino del
cementerio dentro su mortaja blanca son René, un policía de 29 años, y
Aboubakar, un chófer de 25. Resulta un poco grosero ver asomar las bolsas de
los muertos por la trasera del vehículo en medio de los embotellamientos y uno
se pregunta qué pasaría en caso de colisión con otro vehículo, pero aquí estos
son los medios disponibles y no hay otros.
Sin rezos ni ceremonias
En el cementerio ya no hacen falta los
trajes especiales de la zona de exclusión, porque las bolsas
ya están descontaminadas con el cloro que lleva Sheik, aunque todos se ponen
guantes. Las tumbas ya están excavadas y esperan a sus moradores. Sin rezos ni
ceremonias, Aboubakar y René descansan sobre la tierra empapada de Conakry, sin
familiar alguno que los haya despedido por miedo a que sean marginados y
estigmatizados por un pueblo que vive la enfermedad con pánico medieval.
El entierro de la tarde, en cambio, se
celebra en una casa y si congrega a cientos de personas. Se trata de un
conocido Imam de la ciudad y se le ha permitido a la familia velar el cadáver
en su casa, protegido por la bolsa blanca que impide el contagio. No
les agrada que el equipo acuda con sus vehículos decorados con sus cruces
rojas.
Todos los vecinos se enteran entonces
que el muerto ha fallecido por ébola, una noticia que corre por el barrio en
minutos. Cuando empieza el funeral y la comitiva sala de la vivienda, un grupo
ve al periodista blanco con la cámara junto al equipo de sepultureros y la
tensión aumenta. No hace falta que se dispare ninguna foto para que un
grupo de hombres forcejeen a golpes por el equipo fotográfico, que en pocos
segundos acaba en manos desconocidas.
Dos partes de la misma familia, los que
concedieron el permiso al periodista para estar allí y los que aseguran que no
existía tal permiso se enfrentan entre ellos a mamporros, con el muerto
de cuerpo presente.
Sólo al final del entierro, y ya con los
ánimos más calmados, la cámara vuelve a manos de su dueño gracias a la
mediación de los chicos de la Cruz Roja. Este episodio sirve para comprobar
hasta qué punto cunde el nerviosismo en Conakry, que tiene miedo no sólo al ébola,
sino a las consecuencias de que la familia del paciente quede
estigmatizada para siempre por culpa de una foto que nunca se hizo.
Imagem: Miembros
del equipo de voluntarios de Cruz Roja llevando cadáveres infectados con ébola
al cementerio. ALBERTO ROJAS
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